Cero a IRONMAN 70.3

Todo empezó hace 4 años, vi unos tenis Nike en Academy que me gustaron, los compré y le dije a mi esposa que ahora quería salir a correr. Acababa de terminar el proceso de bajar 13 kilos con una dieta que empecé unos meses antes y necesitaba ya un nuevo reto.
De ahí la historia que todos los que hemos tomado el gusto por este deporte hemos vivido: un 5k con los niños, un 10k con el amigo, el 21K Monterrey “para calarme en distancias largas” y finalmente el animal completo, El maratón de Nueva York en 2011.
Lo que se vive en ese Maratón es espectacular. De los mejores días de mi vida. Mi decisión fue correrlo todos lo años mientras la salud y la economía me lo permitieran. Y esa fue la broma, 2012 iba a bajarle una hora a mi tiempo anterior, estaba sano, motivado, listo… pero llegó el huracán y no hice mas que ver la meta clausurada esa mañana en Central Park. Vamos por el 2013. quiero correr bien, rápido, constante. Aparece en el mapa Even Labs. Intervalos, ascensos, zonas, todo un idioma nuevo para mi. En dos meses pase hacer 5k en 33 mins a 175HBPS -nunca dije que fuera rápido, pero soy constante- a hacerlos en 26 minutos a 163 HPBS. Bueno, a lo mejor si puedo ser más rápido de lo que pensaba. Mi sueño de un maratón dentro del top 50%, es decir 4 hrs 20 estaba cerca. Y ahi empezó la diversión.
Empezó con un dolorsito bien divertido en el talón izquierdo, siguió con un mal paso jugando fútbol, y tómala, al siguiente día no me podía parar. Textualmente. Consíguete un doctor, cita en dos semanas, arrastrándome llego para que me diga que tengo Tendosinobursistislamadrequeteparió aguda y que tengo que parar 2 meses. ¡2 Meses! Es lo que falta para el maratón. Pues ve haciendo otros planes, sentenció el doc. Mucha risa.
Tengo que cancelar el maratón, le aviso al coach. Puta madre. Segundo año consecutivo que entreno durante meses para no correr el dichoso maratón.
Y ahí empezó el gusanito. Llamada al Doc ¿Mientras me recupero puedo nadar? Si ¿Rodar? también. Llamada a Milo. ¿Y si me aviento el 70.3 de Monterrey? ¿Sabes nadar? No. ¿Has nadado alguna vez? No. ¿Andar en bici? No. ¿Tienes bici? No. ¿Ahorita puedes correr? No. Si la hacemos muñeco. Llamado a mi casa. Amor, que dice el coach que si la hago. Ingesú, pasó la tarjeta sin pensarlo y quedo inscrito en el Ironman 70.3 de Monterrey. ¿Y ahora?
Ahora sigue que te veo en la alberca mañana a las 5.30 am. Listo. Tírate. Nádale para verte. Hasta el otro lado. Va. Una brazada, dos brazadas, aire, tres brazadas, cuatro brazadas, aire…. ¿de dónde me agarro? estiro la mano, tomo el divisor y me receto una bocana de aire calibre primer respiración de un recién nacido. Nada más me faltaron las nalgadas del doctor. ¿Qué es esto? Pa su madre. Hace dos semanas estaba corriendo 15k tranquilo. Hoy nadé 8 metros y vi pasar mi vida frente a mi. Y en seis meses tengo que nadar 1,900 mts. “Si la hacemos”.
Después de mes y medio de pleito con las aduanas llega la bici. Vente para enseñarte a encliparte. Sube un pie, sube el otro… hola suelo mucho gusto. Bienvenido al mundo de los ciclistas. Ya te caíste. Y me volví a caer. Y me volví a caer. En mi casa. En Chipinque. En Fundidora. En la Carretera Nacional. Siempre en la enclipada. Lo bueno es que lo único que se lastimó fue el orgullo. Seriamente. Pero a ese cabronsito ya sabemos como ponerlo en su lugar.
¿Y la carrera? una hora de terapia de rehabilitación todos los días durante un mes. Y volver a empezar apenas con permiso de caminar 500 metros y faltan 3 meses para el iron. Todavía falta esperar la reacción del tendón. Si la hacemos, nada más hay que tener disciplina, siempre fue la respuesta del coach ante mi duda.
En diciembre me doy por vencido. No podía con la bici, apenas nadaba 800 mts en una hora. No sentía firme el tendón para correr 21k. Acepté que no iba poder. No tenia el cuerpo para hacerlo. Lo platico con mi esposa y mi hijo escucha cuando estaba tirando la toalla. Le dije que simplemente mi cuerpo no estaba listo para esta prueba. Me preguntó si no podía decirles que me dejaran ir a otro Iron después, cuando estuviera listo. El de verdad quería que lo hiciera. Y los que tenemos hijos sabemos lo importante que es el ejemplo. Dije que si mi cuerpo no estaba listo, mi voluntad si. Y que no me iba a rajar.
A partir de ahí, con la convicción, el compromiso en los entrenos, las bebidas negadas durante las posadas y fiestas navideñas, y los innumerables ajustes al entrenamiento de parte de los coaches, para febrero el escenario era otro. Ya nadaba. Bien. Rodaba 100km los domingos temprano. Podía correr. Si iba a poder con ese 70.3. Sólo faltaba la valentía para ponerme un trisuit en público.
Y llegó el 16 de marzo. Todo en su lugar, el trisuit, la bici en transición, recorrida en auto de la ruta de bici, pláticas de psicología del deporte, cena de carbohidratos. Emociones a flor de piel. A darle.
Por un error de calculo llego con prisa a la salida y sin tener tiempo de dudar ni de pensar suena la corneta. Arráncate. Ya. A nadar. Nos vemos en ocho horas. Agarró vuelo en el río. El parte de la prueba a la que mas miedo le tenía. Acelero. Disfruto el agua fresca. En mi cabeza no se porque daba vueltas la frase de una canción de Fobia: “La búsqueda de algo mejor comenzará en tu corazón”. Llegó al Museo de Historia. Salgo del agua. 45 minutos. 5 menos de lo esperado y me
sentía fresco. Mi esposa y mis hijos en la escalera echando porras. Todo bien. Muy bien. Pero seguía la enclipada.
Llegó a la transición, tomo la bici y voy rumbo a la salida. Nervioso porque nunca le entendí a la regla esa de la línea de salida, no sabía como iba a estar de tráfico con otros competidores y sigo sin ser master en la enclipada. Veo lo que hacen los demás, me acerco la linea, acomodo la bici, volteo hacia el frente, respiro profundo, subo el primer pie y a un lado escucho “Ahí estás muñeco, sube el otro y arráncate”. En primera fila detrás de la valla, a un metro de mi, Milo. Me dio el empujoncito de seguridad que me faltaba para arrancarme tranquilo. Vamos por esos 90 en bici.
Arranco y la primer prueba, el adoquín de la Macroplaza. I-I-I-I-I-I-I-I-I-N-N-N-G-G-G-A-A-A-A-S-S-S-S-A-A-A-T-T-U-U-P-P-P-P-P P-P-P-P-P P-P-P-P-P-P-P-P-P-P-P-P INCHE M-M-M-M-M-M-M-M-MA-A-A-A-A-A-A-A-A…. Ahi pagué la primer parte de sólo haber entrenado en Fundidora. Batallé para controlar la bici con los cambios en la aerobarra y la brincadera. Pero de alguna manera logré salir de la Macro. Nunca había sentido tanta alegría de agarrar Constitución.
En general fue una rodada tranquila. Aunque no tenía idea que subir un paso a desnivel de veinte metros requiriera un esfuerzo sobrehumano. Fue mi segundo pago, nunca entrené subidas (solo había ido a Chipinque un día) y dentro de lo ridículos que se veían los pasos a desnivel desde el coche, no saber como manejarlos en la bici me desgastó bastante. El ver a Horta en el primero, anímandote, preguntándote como ibas sin duda ayudo bastante. Morones de bajadita, a pesar del aire en contra, fue disfrutable, hasta que trato de ver en que zona iba y, tercer error, ese día en la mañana quise usar la función de multisport que nunca había probado en entreno y algo hice mal, el reloj pensaba que seguía en el agua, eso si, Phelps me hubiera hecho los mandados con esos
indicadores. Quise ajustarlo andando pero no pude. Me detuve, volví a mi configuración normal, y finalmente, oh sorpresa, iba en zona 4 alta, y no sabia exactamente cuantos kilómetros de bici había rodado. Ahí baje la velocidad hasta llegar a mi zona 2. Ese era el plan que me dio Roman, cuida tu zona. Y era mi motto de carrera. Rodando no pasaban más de cinco minutos sin ver a alguien del equipo, los que nos conocíamos era un “Ánimo Humberto”, “Vamos”, “Venga Even”. Algunos me invitaban a jalarme con ellos, “Vente, métele”, mi respuesta, “Yo pura zona 2, pura zona 2”. Bendita zona 2. Controlé mi ritmo, me sentí cómodo, disfrute esa parte de la rodada. Hasta llegar el Puente Azteca del Demonio. Si no hubieran sido por las porras de Deya la tercer subida no la sobrevivía. Cada vez que paso por ahí en el carro todavía me siguen dando escalofríos.
La segunda vuelta a la Macro, iba con el miedo a las piedras, pero al sentir toda la energía de la gente desde que dabas la vuelta en Morelos, irónicamente, fue de lo mejor de la carrera. Ver ahí a mis hijos y mi esposa con letreros sorpresa que prepararon durante la semana me dio un levantón impresionante, y como me estaban viendo, fue donde más rápido rodé. Amigos, gente que te gritaba, el ambiente de la macro era un espectáculo. Amor odio. Amo las porras. Odio las piedras.
Termino la tercer vuelta, llegando a la transición, listo para bajarme, escucho a mi mamá gritándome justo a un lado. Nueva emoción para arrancarme a correr. Transición lenta pero seguro, familia y amigos desde afuera seguían motivando. A darle. Tenía una camisa con mi nombre con la que iba a correr Nueva York, y con esa pensaba cruzar esta meta hoy. Esa camisa y yo nos debíamos una meta desde hacía dos años.
Arranco la carrera. Según yo mi prueba fuerte. Fuerte madres. Me dolía todo. Particularmente el tendón, la lesión definitivamente estaba ahí. Aparecieron dos ampollas, por caminar en chanclas antes de la natación. Cada paso era: me duele el tendón, me duele la pierna, me duele la ampolla, pero ya estoy aquí. Me están esperando en la meta. Si me iba a rajar era hace dos meses, no aquí, no ahorita. Se me acababa la pila. Apenas iban 3k. Tranquilo. Correr es lo que más sabes. Seguía buscando un ritmo que me gustara y volvió a atacar el cerebro con sus argumentos para parar: No tengo el cuerpo para esto. Como quiera ya hice una buen parte. Ya nadie me lo cuenta, Probé y no pude, pero me probé. Le explicaré a mis hijos que mi cuerpo no dio para una prueba de estas. Yo no soy como los otros que pasaban volando en la bici, que corrían como si nada. Al menos lo intenté. Quizás el próximo años más sano. Con más experiencia. Pero para eso tuvimos la plática de psicología deportiva. Alto. Si puedo. Si entrené. Si puedo. La búsqueda de algo mejor. A darle. Pura zona 2. Voy a cruzar esa meta. Ya nade, ya rodé, que es lo que no sabía hacer.
Correr si voy a poder. Kilómetro 8. Me decidí a terminar aunque fuera a gatas. Encontré mi ritmo. Lento pero seguro. Confiable y constante. A darle que es para hoy.
Paso por la vuelta del kilómetro 10, el equipo de Even echando porras, y al entrar al pasillo del museo empiezo a encontrar entre el público amigos que me impulsaban, llegando a la bandera ahí estaba mi familia, siempre esperándome en los puntos clave, ahí por primera vez pude leer los letreros que traían mis hijos “Tengo un Irondad”. Tengo que llegar a esa meta.
Cuando vas al final del pelotón los últimos kilómetros son muy diferentes al resto de la competencia. Ya no hay seguridad en la ruta de carrera, están levantando los abastecimientos, casi no hay agua, no hay gente gritando y echando porras. Esos últimos kilómetros son un proceso solitario. Personal. Es una muy buena oportunidad para la retrospectiva. Pensar en todo lo que entrenaste, en lo que sacrificaste, en lo que llevas recorrido, en como cambió tu vida desde que decidiste entrar a esta competencia. Es un momento de introspección para preparar la euforia de la meta.
Ultimos 3 kilómetros. La certeza de que si vas a terminar antes del corte. Por el río rumbo al museo, se acerca Milo, me escolta un rato en su bici, me recuerda por todo lo que pasamos, las lesiones, las complicaciones para mantener el entrenamiento, y me dice que ya llegué, que disfrute el resto de la carrera. Cierre perfecto al momento de reflexión. Avanzo un poco más, Román con todo el equipo de Even, me dice que ya estoy en el último kilómetro, el kilómetro de la felicidad. Sonrío. Acelero ese último kilómetro. Unos metros antes de la meta mi mamá, mi esposa, mis hijos, amigos. Un reconocimiento para ellos que estuvieron siete horas esperando para verme pasar y apoyarme durante esos veinte o treinta segundos que se quedan grabados
para toda la vida.
Y miro al frente, ahí esta a menos de 50 metros esa mística línea amarilla. Estoy a segundos del momento por el que he entregado tanto. 40 metros. Levanto los brazos. Las emociones son lo más parecido a querer llorar de alegría. Son muy intensas. 30 metros. Quiero guardar este momento para siempre. 20 metros. De verdad voy a terminar un medio Ironman. 10 metros. valió la pena todo. 5 metros, 4…3…. todas esas emociones inexplicablemente se convierte en un salto como de final de película ochentera. Puño arriba y el tiempo se detiene. Vuelo sobre esa línea amarilla. Los miedos y el sufrimiento se quedan atrás, esos no cruzan la meta, son el pasado. De este lado de la línea amarilla, del lado de los finishers, me acompañan todas las alegrías y el orgullo. Conmigo cruzan todos los que me empujaron durante el camino, familia, coaches, compañeros de equipo, amigos de entreno, los que se aguantaron todas las sobremesas hablando de que iba a estar fría el agua y cuales tennis son mejores para media distancia. Y en eso un estruendoso AAAAAAAAAAAAAAAHHHHHHH!!!!!! me sale desde el fondo, el grito más delicioso de mi vida. Los fotógrafos y paseantes voltean a ver que pasa, y se ríen. Terminé. terminé. terminé. Oficialmente soy un irondad.
7 horas 48 minutos. Penúltimo lugar de mi categoría. Ganador igual que todos. Eso fue lo más increíble de ese día. Cuando jugaba fútbol diez ganaban y diez perdían. En el 70.3 de Monterrey estuvimos más de dos mil personas, y todos ganamos. Es una filosofía de vida impresionante.
“¿Que sigue?” me pregunta Milo por Wassap esa tarde.
Le respondo la única respuesta aceptable en ese momento:
“Un rib eye y una botella de malbec ”

= Humberto =

Written by Roman Olivera